Tienes un algo, un qué sé yo, que me arranca las ganas de mirar en otra dirección y retiene mis anhelos en el baile de tu melena. Me robas los sueños cada noche y por el día haces tuyos mis pensamientos.
Pintas en el aire remolinos de esperanza con tu aliento y me obligas a girar con ellos mientras aceleras el paso y me dejas atrás, igual que a todo aquel que sientes demasiado cerca.
Puedo leer en tu piel las cicatrices de eternas batallas, recoger a tu paso las solitarias lágrimas que dejas tras de ti esperando que un día alguien las siga, te encuentre y seque tus ojos con un par de suaves besos en los que puedas al fin perderte.
No comprendes que, en realidad, nadie te podrá alcanzar jamás mientras sigas acelerando el paso ante cada nueva oportunidad. Nadie quiere correr eternamente en pos de un ángel sin alas que huye de su propia sombra, ni aguantará tu ritmo en la huida. Lo intentarán, sí, estarían locos si no lo hicieran pues alguien como tú pasa una sola vez en la vida.
El problema viene cuando la realidad los golpea, nos golpea, y entendemos que no estás preparada, que sigues queriendo estar sola y no eres capaz de darte cuenta.
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