Es mirarte y comprender que no quiero amar a nadie más. Es tener la certeza de que estoy donde quiero estar y que, por una vez, todo parece perfecto. Ya no duele el ayer ni asusta el mañana, solo importa este presente contigo en el que me regalas la vida que antes me faltaba.
He aprendido a ser feliz así, con todo lo que tú me das y con todo lo que no sabía que yo tenía por vivir siempre queriendo más. He dejado de buscar en las estrellas una luna que eclipse todo lo demás y aprendido a apreciar lo bonito de las cosas pequeñas, lo innecesario de todo aquello que antes creía me daría la felicidad.
Gracias por ser como eres, por elegirme.
Ahora sé que felicidad eres tú. Llegaste para cambiarme la vida y no sabes cuánto te lo agradezco. Me abriste los ojos, quitándome esa ceguera auto impuesta que no me dejaba ver más allá de mis propias manos. Menos mal que las uniste con las tuyas, entrelazando así este presente solitario que yo vivía con toda esa locura que te envuelve.
Por eso, gracias.
Gracias por ser como eres, por elegirme. Gracias por dejarme ser contigo, sin egoísmos ni heridas que nunca sanan. Gracias por los viajes, por las risas, por ser la luz que ahuyenta las tinieblas. Gracias por todo, pero más aún, gracias por el amor que has traído a mi vida.
Tengo miedo de volver a lo que era
Ojalá nunca me faltes. Tengo miedo de volver a lo que era. Aunque, a decir verdad, no creo que eso suceda. Me has enseñado a vivir de una forma diferente, mucho más “tú”, mucho menos “yo”. Intentaré que nunca te falte nada para que nunca quieras irte. Y, si lo haces, que sea porque, simplemente, se acabó el amor, que no las ganas.
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