Cuando hablamos del origen del amor no nos referimos a un lugar físico, como París (la ciudad del amor), ni cualquier otra ciudad romantizada que se te pueda ocurrir. Sino que hablamos del cerebro y del corazón, ¿cuál de estos dos será en dónde nace el amor?
Como seres emocionales, anhelamos el amor romántico como casi ninguna otra cosa, somos capaces de hacer sacrificios inimaginables y, si las cosas no salen del todo bien, nos puede llevar, de sentirnos extasiados, a la más profunda desesperación. Pero ¿qué pasa dentro de nuestras cabezas cuando nos enamoramos?
La constitución del amor
¿Existe el verdadero amor? Sí, y fuera de pensar solamente en las películas románticas que amamos, estamos seguros de que en tu entorno lo observas, o incluso tú mismo lo estás viviendo. Si ese es el caso, entonces conoces el secreto: el esfuerzo, la dedicación para construir la relación día a día, donde ambos integrantes son capaces de trabajar en equipo y aportar sus energías al proceso.
Y sí, sabemos que en nuestro contexto lleno de películas y literatura que nos bombardea de amor romántico y nos vende historias asombrosas que encandilan y nos hacen soñar, tenemos una llama en nuestro corazón esperando ser encendida por nuestro amor verdadero. Pero, debemos tener cuidado de no caer en los mitos que rodean al ideal del romanticismo, como:
- El amor es para siempre: Si bien sí hay parejas que son capaces de mantener vivo su amor hasta el día de su muerte, debemos entender que no es algo fácil, si no que requiere trabajo constante y la disposición de ambos para mantenerlo.
- Si te cela te quiere: Esta idea es sumamente peligrosa, una muestra de dominación y falta de confianza que construye gran parte de las relaciones tóxicas.
Entonces… ¿el amor nace en la cabeza y no el corazón?
Pues en realidad es un caso compartido, como juntar el lavado con el planchado: el corazón influye en la forma en que experimentamos las emociones.
Se sabe que nuestro cerebro y nuestro corazón están en estrecha comunicación. Cuando nos enfrentamos a una amenaza o cuando vemos el objeto de nuestro afecto en una habitación llena de gente, nuestro corazón se acelera. Entonces, es lógico que la retroalimentación de nuestro corazón a nuestro cerebro también influye en lo que sentimos.
A medida que desarrollamos un nivel más profundo de afecto, sentimientos inconscientes y miedos comienzan a salir a la superficie, y si queremos una relación más profunda, debemos trabajar duro para superarlos. Pero primero lo primero. ¿Cómo nace el amor? Veamos las “etapas” de una relación.
1. Encontrar a alguien: Parece obvio, ¿no? Para esta etapa nos guiamos en nuestros instintos, y para afinarlos podemos tener muchas, muuuchas citas, sobre todo para descubrir y definir las cosas que no queremos en otra persona.
2. Conocerse: Aquí es donde se comienza a desarrollar el afecto, en donde se hacen las preguntas tiernas y las incómodas, donde descubrimos los defectos del otro (y ventilamos los propios) y decidimos si aceptamos el trato o no.
3. Enamorarse: En esta etapa esperamos emociones, acciones y hechos del ser amado, como admiración, aceptación incondicional, amor y respeto.
4. Deshacerse de dependencias y proyecciones: Ahora ambos ya se han aceptado como son y comienzan a respetarse, amarse, cuidarse y apoyarse mutuamente. La relación se vuelve más consciente, madura e independiente.
El amor también se construye
El amor no se sustenta de que por arte de magia las cosas salen bien, o que solo porque se aman no tendrán desacuerdos ni problemas. Evidentemente, esto no quita que a veces exista una chispa entre dos personas que se conocen por cosa del destino, pero dejando esa “magia” de lado, lo verdaderamente importante es el día a día donde las pequeñas cosas construyen una relación auténtica.
¿Qué factores ayudan a construir el amor verdadero? Una buena comunicación, en donde escuchas de verdad y llegas a acuerdos con tu pareja. Apoyo y reconocimiento mutuo, reconociendo tanto las virtudes como los defectos. La consideración por el otro, libre de desprecios, sarcasmos y humillaciones. Afecto sincero. Al final del día, una pareja sana y feliz sabe que el verdadero amor se nutre de las acciones del día a día, donde siguen sonriendo y soñando por su futuro juntos.
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