Me odio por no saber odiarte. Ojalá fuera sencillo. No entiendo cómo el resto del mundo puede hacerlo tan fácilmente. Odiar, digo.
Yo, en cambio, a pesar de tanto daño, soy incapaz de odiarte. Será que la vida me ha hecho así, que de tanto dolor que he vivido, no puedo tener ese tipo de sentimientos hacia nadie.
Te odio por no poder odiarte. Ya ves, qué paradoja.
Ojalá no ser así, ojalá dejar de sufrir por tu culpa, por ti. Ojalá que tú fueras feliz sin mí y me dejarás de una vez ser feliz sin ti, viviendo cada uno su propia vida sin destrozar día tras días la del otro.
Lo intento, créeme, pero no ayudas.
Siempre vuelves a hablar, siempre vuelves a aparecer y no terminas de pasar página, no terminas de vivir de una vez tu vida… tu propia vida que ya no tiene nada que ver conmigo.
Ojalá fueras feliz, ojalá entendieras que tu felicidad ya no la tengo yo. Ojalá miraras al frente y no al pasado. Vives un recuerdo, vives una mentira que ya no es, ni será de nuevo.
Yo, por ti, por mí, nos odiaré a los dos. A ti por no avanzar, por no dejar de volver la vista atrás y volverte huracán cada vez que pisas tierra firme después de volar, después de recordar y vivir en una nube irreal todo lo que fue; a mí, por no ser capaz de ayudarte, por ser la causa de un dolor que tú provocaste.
Qué fácil es odiar, al menos para otros, porque para mí, aunque trate de odiarte, me es imposible. Ojalá lo supieras ver, ojalá pensaras en el mal que nos hacemos, en el mal que me haces.
Vive tu vida, sin mí, y sé feliz. Así seré feliz yo también, así podremos dejar de intentar odiar.
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