Ella se acercó y besó de nuevo esos labios que tan bien conocía. Los rozó con los suyos antes de alejarse lento, sonriendo mientras veía como él, en sus ansias de seguir besando, no había abierto los ojos siquiera y se acercaba de nuevo sin mirar, siguiendo el camino a esos labios que se sabía de memoria.
Puede que no sean perfectos, que cada uno tenga mil y un defectos y que les cueste encontrarse. Puede que la vida no fuera justa con ninguno de ellos, que el pasado les apriete el alma por las noches y puede que de tanto daño que les hicieron todavía hoy les cueste avanzar.
Pero lo intentan.
Han encontrado a alguien que entiende, alguien que, en vez de abrir nuevas heridas, se esfuerza por besar las cicatrices, por ayudar a superar y ser solución, nunca problema.
Por eso, ahora al fin son felices. Cada día más. Y ambos lo saben, y ambos besan con la seguridad de que el fuego que sienten dentro al juntar sus labios es amor, amor de verdad, del que no daña, del que hace de la felicidad del otro prioridad.
Le vio ahí acercándose de nuevo y no pudo más que besar y abrazar con el alma ese amor que llegó a su vida para quedarse, para devolverles la ilusión y sanar las heridas de un pasado que, por suerte, pasado está.
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