Si algún día fallo, si tropiezo, si me olvido del camino de vuelta a tus labios, perdóname. Si me pierdo y no te encuentro, si me voy y te olvido, perdóname.
Será que, tal vez, no había nada en ti para mí; o nada en mí para ti, vete tú a saber.
Será que no brillábamos tanto como nos parecía y la noche se llevó las pocas estrellas que nos sujetaban. Será que fuimos pasado en presente, viviendo por adelantado un final inesperado, pero para nada sorprendente.
Por eso, si un día nos vemos como extraños, perdóname. No habrá culpa en ti más allá de mí, porque seré yo quien lamente toda esa ilusión perdida, desperdiciada en una relación que hacía aguas antes incluso de llegar a rozar el mar.
Naufragamos. Me ahogué y conmigo tú. Sin decir adiós, nosotros, rompimos.
Perdóname.
Perdóname y olvida que existí. Piensa en mí como el humo del cigarrillo que nunca fumes de nuevo; o la puesta de sol de antes de ayer, nublada y sin brillo, que llegó y se fue.
Perdóname por anochecer antes de tiempo, por humedecer tus ojos, por negar tus besos.
Perdóname… por todo.
Solo… perdóname.
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