Estamos hechos de vida

Muchas veces me paro a pensar en la vida como un tren que pasa raudo por cada estación. Nos subimos y bajamos cuando queremos y saltamos de historia en historia como quien se sienta en un vagón a mirar el paisaje pasar, tan rápido que cuesta fijar la vista en lo que está justo al otro lado del cristal.

Sin embargo, sí que podemos mirar todo lo que queda lejos. Ciudades, montañas, personas. Cualquier punto lejano permanece en nuestra atención el tiempo suficiente como para pensar en ello. Hasta que, con el avanzar del tren, queda todo atrás y nuevos horizontes nos roban la mirada.

Y así vivimos. De meta en meta. Nos perdemos las pequeñas cosas por soñar siempre con las cosas grandes.

Hay que aprender a vivir mirando al frente, sí, pero también hay que disfrutar del camino.

Tal vez, no coger el siguiente tren sea también una opción. Ir caminando por la vida, un poquito más despacio y sin perder de vista el destino final, pero disfrutando de todo aquello que nos olvidamos siempre por las prisas.

Así, pasito a pasito, no sólo cumpliremos de igual modo todas las metas que nos hayamos fijado, sino que además seremos capaces de disfrutar de todo lo que que implica esforzarse por conseguirlas.

Hay cierto valor en el esfuerzo que no todo el mundo conoce. Esforzarse por algo le da una mayor importancia al logro obtenido. Cuando nos lo dan todo hecho, no cuenta lo mismo. Por eso, cuando tenemos que luchar por algo, no solo ganamos al cruzar la meta, sino que nos conocemos un poco más a nosotros mismos.

Aprendemos dónde están nuestros propios límites y eso nos abre la posibilidad de poder empujarlos, de ir siempre un poco más allá. Así, sabiendo dónde están, sabremos cómo de atrás los hemos ido dejando cuando miremos por encima del hombro a ese pasado que, al fin, habremos vivido como nos dio la gana.

Tenemos el poder de elegir el paso, la capacidad de decidir sobre todo lo que vamos a hacer a continuación. Podemos cambiar de planes sobre la marcha, correr, caminar o incluso volar.

No hay límites en lo que a nuestras propias posibilidades se refiere y por eso te digo que vale ya. Basta de excusas o de no querer esforzarse. Basta de sentarse en el tren a ver la vida pasar.

Es fácil. Mucho más de lo que te pueda parecer desde tu cómodo asiento. Una vez que te lanzas al vacío, aprendes. Tu cuerpo te dará las fuerzas que te falten y tu mente volará al ritmo que la dejes. Estamos hechos de vida. Nada nos impide tomar los caminos que creamos más convenientes.

Coge aire, salta. Corre más rápido que nadie si eso quieres, o vete tan despacio que cualquiera te adelante. No importa. Tú mandas en tu propia vida y nadie más puede decidir por ti cómo quieres vivirla.

Pierde el miedo a arriesgar, el miedo al fallo. Fallar es algo natural, algo inevitable. Pero puedes elegir qué hacer después de tropezar. Puedes seguir en el suelo, lamentándote de la piedra que se puso en tu camino o puedes levantarte, coger la piedra, tirarla lejos y echar a correr sabiendo que no hay piedra lo suficientemente grande en el camino de tu vida para frenar tus ganas de seguir avanzando, de seguir viviendo, de seguir soñando.

 

 

 


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