Vacía tu alma de todas las penas. Llora, grita, salta. Rompe las fotos que llenen de lágrimas los recuerdos, baja las persianas y deja salir todo lo que llevas dentro. Apaga una a una las luces de la memoria como si fueran las estrellas que antes iluminaban tu firmamento.
Sangra las heridas antes de curarlas de nuevo. Deja que las lágrimas fluyan y que de su cauce nazcan ríos que limpien la tristeza que te inunda. Coge aire y sumérgete en todo ese mar de emociones sin soltar nunca la cuerda que te mantiene a flote.
No desanimes.
Es necesario vaciarnos primero de todo lo sufrido para poder llenarnos de nuevo. Dejar salir lo viejo para que, algún día, pueda entrar lo nuevo. No hay nada malo en el dolor. Si duele, es porque fue real. Por eso hay que vivirlo, hay que sufrirlo aunque todo te parezca el fin del mundo.
No todos los finales son bonitos. No todas las despedidas son abrazos.
Deja que salga, que no quede nada. Así, cuando al fin te sientas vacío del todo, podrás mirar de nuevo al cielo sin cortarte con los cristales rotos que un día reflejaron tu luna.
Todo tiene sus fases y el dolor no es más que una de ellas. Vívelo, deja que fluya. Llegará una mañana en la que el sol deslumbre por encima de todas esas nubes grises que hoy te tiñen el alma.
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