La vida es de todo menos sencilla. Es una montaña rusa de emociones que siempre te lanza alto cuando estás en lo más bajo y te hunde cuando vuelas. Es un viaje con final incierto que nos lleva siempre a perder o ganar, sin saber muy bien qué ni cuándo. Aún así, no deja de ser un viaje maravilloso.
Vivimos de ilusiones y amamos como si fuera siempre la primera vez. Nos entregamos a la felicidad siempre que esta asoma y la buscamos entre las tinieblas cuando las sombras nos acechan. Somos paseantes de pasos inseguros que viven siempre al borde de un precipicio de emociones, al que caemos a menudo, cuando no saltamos nosotros mismos por mero aburrimiento, diría yo.
Hay que saber avanzar sin dejar de mirar por encima del hombro todo lo que hemos dejado atrás. Está bien vivir intensamente el presente y mirar al futuro con ese brillo en la mirada propio del que sabe que lo mejor está por llegar. Pero nunca hay que olvidar. Somos lo que somos por el pasado que nos trajo al punto en el que estamos. Por muy duro que haya sido, estamos hechos de todas y cada una de nuestras victorias y, sobre todo, de las derrotas.
Aprendemos a base de caídas y nos levantamos siempre con las mismas ganas que el primer día. No sabemos hacerlo de otra manera. Está en nuestra naturaleza luchar por aquello que nos importa y por eso el futuro es siempre la mejor de las metas.
Con cada nuevo sol, una nueva oportunidad de dejar atrás un pasado que aunque apriete y te haga sufrir a veces, también será solamente recuerdo algún día.
Hasta entonces: vive. No dejes que nada ni nadie te robe el presente. Lucha cada día como lo has hecho siempre, porque en ti queda fuerza más que suficiente para seguir alejando con tu luz todas esas sombras que acechan desde un pasado que, por suerte, nunca será presente de nuevo.
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