Es de esas que sonríe a través de las cicatrices, que lucha cada batalla como si fuera la primera y nunca se deja vencer por nada. De esas que siempre se quieren por mucho que la vida les eche a la espalda. Y seguirá así, siempre, porque no sabe hacerlo de forma diferente y nunca entiende cómo alguien puede dejar de luchar por ser feliz a su manera.
Le ha costado mucho llegar a dónde está. Nunca nadie le ha regalado ni un solo palmo del camino recorrido. Es una luchadora. Tan fuerte que la admiro. Lo da todo aunque pueda no recibir nada. Se entrega siempre en cuerpo y alma, sin importar las heridas. Dice que las cicatrices son parte de la vida y que ella sabe vivir perfectamente con todas las suyas. De hecho, las lleva por bandera y no se avergüenza de ninguna de ellas.
Ha aprendido a ser feliz con lo que tiene. Valora cada día como si fuera un regalo y todo lo que espera es seguir así. Con eso le basta y le sobra. Sabe que la tristeza acecha siempre a la vuelta de cualquier esquina y que hay que disfrutar de la felicidad cuando la tenemos cerca.
Levanta las barreras cada vez que alguien nuevo llega. Es inconsciente. Le cuesta confiar por todo lo que le han dolido antes. Aún así, siempre las termina bajando. Prefiere arrepentirse de una herida que de haber dejado pasar de largo a una buena persona.
Así es ella. Tan fuerte y valiente que a veces me pregunto de dónde habrá salido. Quizá la vida le tenga reservadas unas cuantas caídas más. Quizá todo se vuelva gris algún día. Pero a ella no le importa. Sabe que siempre se volverá a levantar y amará cada trazo de color que le robe a la vida.
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