Con el tiempo te pones la coraza y cada vez te la quitas menos. Y las personas que llegan nuevas a tu vida tienen que derribar más barreras para llegar dentro. Y así nos va. Aprendiendo antes a evitar el golpe que a arriesgarse, una vez más, a conocer personas maravillosas por culpa de un pasado que solo dejó heridas.
No es fácil, lo sé. Cuando te han dolido tanto que ya no te atreves a confiar como antes lo hacías, todo es más difícil. Mides a la gente con otros ojos, poniendo el freno antes que el corazón. No quieres seguir estrellándote contra la realidad de algunas personas. Y pasa el tiempo y nada cambia. Sigues a la defensiva y rechazas a todo aquel que llega nuevo. O, al menos, no se lo pones fácil.
Pocos son los que aguantan, la verdad. Casi todos se van al segundo intento de estar cerca de ti. Y sabes que la culpa, en parte, es tuya. Digo en parte porque el pasado está claro que tiene mucho que ver con cómo eres hoy, pero también eres tú quién decide levantar muros tan altos. Quizá no aprendiste la lección correcta del ayer. Tal vez ese dolor que llegó un día eclipsó todo lo bueno.
Puede que te hayas equivocado al protegerte tanto. No digo que esté mal pero… ¿estás seguro de que eres más feliz ahí encerrado?
No sé, yo diría que ya basta de seguir oculto en la seguridad de tu castillo. Que lo derribes tú mismo y te arriesgues a ver qué pasa. Por mucho que pueda llegar a doler de nuevo, te estás perdiendo cosas increíbles por seguir eligiendo cada día ver la vida pasar desde la comodidad de tu zona segura. Tal vez sea hora de volver a ser feliz, a confiar en todo lo que la vida te tiene reservado.
Y sí, puede que un día alguien te vuelva a romper por dentro. Pero, si sigues encerrado, no habrá nadie cerca que te ayude a recomponer, uno a uno, todos los pedazos.
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