No fue amor a primera vista, pero sí que hubo algo aquel día. Una chispa en tu mirada que encendió mi mundo y me hizo querer saber más de ti, conocer quién estaba detrás de esa sonrisa que me retaba a acercarme al precipicio de tu piel.
Y claro que lo hice.
Con paso firme me planté en la entrada de tu mundo, derribando las barreras que tú creías nadie volvería a cruzar… al menos no por el momento. Me encantó tu mirada entonces, confusa y llena de vida al mismo tiempo. Curiosa por saber quién sería ese que se atrevía a entrar así, sin llamar, sin esperar invitación alguna. Algo me gritó dentro que estabas esperando por mí. Que tu corazón y el mío ya se conocían de hace mucho y, aunque nunca antes nos hubiésemos cruzado, ellos ya lo tenían todo planeado.
¿Por qué arrepentirse de apostarlo todo por alguien que, estás seguro, no te fallará jamás?
Fue como encontrarte con un viejo amigo que tenías del todo olvidado. Encajamos como las dos últimas piezas de un puzzle, acariciando con ternura todas las cicatrices que nos dejaron viejas batallas. Reconocimos el uno en el otro la madurez que tanto habíamos esperado y, antes de darnos cuenta, nos enamoramos.
Hoy miro atrás y me sorprendo por lo sencillo de todo, lo fácil que fue juntar nuestros mundos para crear todo esto que ahora vivimos. Lo mucho que dejamos atrás aquel día y lo poco que nos arrepentimos después. ¿Por qué arrepentirse de apostarlo todo por alguien que, estás seguro, no te fallará jamás?
Tengo claro que estoy donde quiero estar, con la persona que yo he elegido a mi lado y un futuro brillante por delante. Aunque un día todo rompa y se acabe la magia. No importa. Soy feliz por tenerte aquí a mi lado hoy, y no habrá nunca reproche alguno, solamente la consciencia del regalo tan maravilloso que es cada minuto que paso contigo.
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