Invisible

Te amo, aunque no seamos nada, aunque tu corazón tenga otro dueño, aunque sea invisible para ti. Al menos en el sentido romántico. Nunca quise ser solo tu amigo, siempre aspiré a ser yo el dueño de tus besos, de tus futuros, de tu amor.   A veces me pregunto si lo sabes, si en verdad conoces mis sentimientos y aun así no te decides a intentar nada. Si valoras más esta amistad que todo a lo que podríamos llegar. No te culpo. Me conoces mejor que muchas personas y sabes lo que puedo ofrecer. Quizá piensas que soy poco para ti, que como amigo colmo mucho mejor tus aspiraciones.    Pero duele.   Duele verte saltar de corazón en corazón sin caer en el mío ni siquiera por accidente. Que tus labios se quemen siempre en el fuego de otros amores que no saben quererte como tú te mereces, mientras yo me conformo con secar tus lágrimas, decirte que no pasa nada, que todo irá bien.   Duele saber que entre los dos nunca pasará nada porque prefieres enamorarte de quien no sabe quererte. Prefieres nuevas heridas antes que sanar conmigo tu piel. 

 Te quiero, te amo, te adoro. 

Y sabes que podría funcionar.    ¿Quién demonios te quiere más que yo? Nadie. Te lo aseguro.   Y, a pesar de todo, sigo siendo invisible a tu corazón.    Por eso duele tanto. Porque sigo creyendo que tu sitio es a mi lado a pesar de tener muy claro que tú no lo ves así. Sé que cuando me miras, ves un buen amigo. Y, aunque por una parte me alegra porque jamás querría fallarte, por otra parte me aterra quedarme siempre anclado a ti así.   No es fácil aceptarlo, mucho menos avanzar, si cada vez que te veo mi corazón sigue gritando tu nombre y solo regresa a él el eco vacío de tu indiferencia.   Te quiero, te amo, te adoro.    Como un “todo” al que aspiro.   Me hieres, me quieres, me aprecias.   Como amigo.


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