Mi abuelo siempre decía que el mejor regalo del mundo es el tiempo que tenemos y que nos pertenece de nacimiento. Yo digo que no, que el mejor regalo del mundo son las personas que forman parte inherente de nuestra vida, esas que te aman incondicionalmente desde que naces. Y es que para mí, el mejor regalo del mundo eres tú, abuelo.
Puede que con los años te hayas vuelto algo “cascarrabias”, puede que ya no quieras formar parte de las conversaciones porque apenas eres capaz de seguirlas, puede que desde hace algún tiempo pases más horas durmiendo que despierto y puede que últimamente te hayas olvidado hasta de ti mismo. Pero yo no olvido, ni olvidaré.
Porque fuiste tú quien siempre estuvo ahí cuando los demás no estaban, fuiste el horizonte que deseé alcanzar y seguirás siendo el espejo en el que mirarme. Porque sé que llegar a ser como tú significará haber triunfado, haber aprendido tanto que incluso la vida misma venere cada uno de tus pasos.
Tiemblo solo con la idea de pensar que un día puedas llegar a faltarme. Sé que contigo se irá una parte de mí, un pilar tan importante en mi ser que sospecho que perderte pueda ser perderme yo mismo.
La vida es cruel por avanzar tan deprisa, el mundo gira demasiado rápido.
De tus andares tambaleantes nacen mis miedos, de tu voz sin fuerza mi desesperanza. Ojalá poder regalarte de mis años, ojalá devolverte al menos una sola parte de todo lo que me has dado.
Cómo desearía parar el tiempo, descarrilar la vida y frenar ese momento. ¡Oh, abuelo! Cómo desearía que fueras eterno.
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