Hay personas que no logras olvidar jamás, no importa el tiempo que pase. Seguirán en la memoria de tu vida brillando con luz propia, cegando tus ojos cada vez que mires al pasado en busca de consuelo, en busca del refugio que un día fueron para ti.
Da igual que pasen meses o años, da igual que pasen otras personas por tu camino o que incluso se queden a compartirlo contigo. Nada de eso importa. Al mirar atrás, les seguirás viendo. Sabrás que esa persona o personas te marcaron, porque su recuerdo seguirá vivo en tu alma tanto tiempo que se fundirá en el mar de tus sentimientos, erosionando con su empuje la roca a la que te sujetas, humedeciendo tus ojos con la desesperanza de haber cometido un gran error.
Sentirás que el viento se para, y querrás volver atrás y coger de nuevo su mano, ilusión de lo que un día amaste, la ruina de un silencio que nace en el olvido del que intentas alejarte. Y duele, sí, porque un recuerdo no siente ni padece, pero sí engaña.
Crees ver en su sonrisa el destello de lo que pudo haber sido y te olvidas de lo que fue en realidad. Buscas en la memoria un por qué del destino que elegiste aquel día, ese en que por fin te decidiste a irte de su lado, y te olvidas de la felicidad que encontraste lejos de esa persona, felicidad robada hacía tiempo y que necesitabas igual que ese viento que ahora se detiene a tu alrededor.
Olvidas, olvidamos todos, que nos engañan los recuerdos. Los usamos a nuestro antojo, limando los defectos y resaltando lo bueno, creando de forma inconsciente la versión perfecta de esa persona y llegando a creernos que de verdad era así. Y sufrimos…¡vaya si sufrimos!
Pero, ¿sabes? Basta con coger ese recuerdo manipulado y compararlo con el original para volver a la realidad. No podemos vivir enamorados de un recuerdo, pero sí que podemos vivir con la tranquilidad de saber que las decisiones que tomamos un día fueron las correctas.
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