Vivimos de prestado en un mundo que llamamos nuestro pero, ¿cómo puede ser nuestro algo que ya estaba mucho antes que nosotros? Seremos suyos nosotros, en todo caso.
Nos empeñamos en proclamar su propiedad a nuestra especie, cuando en realidad lo compartimos con otros ocho millones y medio de especies diferentes. Se dice rápido, ¿eh?
Pues bien, nosotros somos los únicos amos y señores de este planeta. Así, sin más. Y por ello, ejercemos nuestro derecho a tratarlo como nos viene en gana.
Se nos olvida lo más importante de todo esto. El planeta está vivo. Respira el aire que nosotros contaminamos, se mueve bajo nuestros pies y ruge tratando de librarse de la enfermedad que lo aqueja, igual que nosotros cuando pillamos una gripe.
Eso es lo que somos nosotros para la Tierra: una enfermedad.
¿Por qué? Porque de los ocho millones y medio de especies que la habitan, solamente nosotros, los mismos que la proclamamos nuestra, somos los que la están matando poco a poco.
Estamos acabando con nuestro hogar, el único planeta habitable conocido hasta la fecha y sin el cuál no podemos existir. Lo matamos lentamente, generación tras generación y no somos apenas conscientes de ello. Vivimos tan poco tiempo, que no apreciamos los cambios, no tenemos la perspectiva a largo plazo necesaria para darnos cuenta de que, si bien nosotros moriremos felices, puede que dentro de veinte generaciones vivan un infierno.
Ese es nuestro legado, eso es lo que les dejamos a los que vengan detrás nuestro. Cuando vayan a la escuela, estudiaran esta época como “el momento cero” de la infección del planeta.
Por desgracia, solo la minoría de la población parece realmente concienciada de todo esto. No basta con reciclar de vez en cuando, no es suficiente con usar la bicicleta una vez al mes para ir al trabajo.
Yo no hago todo lo que debería, lo sé, soy el primero en darme cuenta de ello. Pero al menos juro que lo intento.
¿Qué haces tú?
Pincha aquí para ver una lista de consejos útiles para contaminar menos en tu día a día.
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