Y de repente, pasaste tú, como pasan casi todas las cosas buenas en la vida, sin darme cuenta siquiera de que habías llegado para quedarte. Rompiste puertas, derribaste barreras y te instalaste en mi querer de la forma en que sólo tú sabes.
Ahora, miro atrás y no me arrepiento de nada. Soy inmensamente feliz y precisamente tú eres la razón de esa felicidad, el motivo por el que mis días amanecen sonrientes y mi corazón vuelve a latir fuerte de nuevo. Tú y sólo tú, has traído aire fresco a mi vida, una ráfaga de alegría que me llena las alas y me hace volar lejos, a ese mundo que hemos creado juntos, a ese mundo nuestro.
Hay tanto por explorar, tanto por sentir y vivir antes de que el sol se ponga cada día, que a veces deseo que los días pasen a tener más horas, que duren más que un suspiro y poder así dormir con una sensación diferente en el cuerpo a esta que cada noche lamenta no tener más tiempo que compartir contigo.
En fin, sé que pido un imposible, pero… es que desde que estoy contigo siento que todo es posible, que si he conseguido enamorar a una persona tan maravillosa como tú, bien podría ser capaz de mantener al sol unos instantes más brillando, lo justo para robarte un último beso antes de dormir, un último abrazo antes de que la luna nos sonría en lo alto y el sueño nos venza de nuevo.
Pero bueno, que si no consiguiera alargar los días, tampoco importaría demasiado. Puede que no sepamos encontrar el camino de regreso en la oscuridad, pero no le veo problema alguno a hacer noche en nuestro mundo, que para eso lo tenemos.
En realidad, ahora que lo pienso mejor… ojalá que los días duraran un par de horas menos, ojalá que la noche nos sorprenda siempre juntos, ojalá vivir por siempre en ese mundo nuestro del que nadie sabe, del que nadie entiende. Ojalá. Ojalá nosotros, ojalá siempre tú.
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