Amistades verdaderas

Hay personas que llegan para quedarse. Entran en tu vida un día y no te das ni cuenta de que ese hueco ya no lo volverá a ocupar nadie más. Sí, hablo de esos amigos que todos tenemos, los que fuimos encontrando por el camino y que, con el pasar de los años siguen ahí, viviendo, sufriendo, a nuestro lado.

Si estás leyendo esto, sabrás que hablo contigo.

Puede que en mis peores días me vuelva insoportable, que te llame por teléfono o te haga venir a verme y me pase horas hablando y hablando sin parar, o en silencio, sin más. Días en los que todo se vuelve oscuro y la vida misma parece un mar de tinieblas. Sin embargo, ahí estás tú, alumbrando con tu luz tanta sombra, alejando los fantasmas y calmando tanto mal, dándome la paz que me hace falta, el apoyo silencioso del que siempre está aunque parezca que no hace nada.

Por eso, hoy, te escribo a ti. Hoy te doy las gracias con estas simples palabras y te hago una promesa que, aunque sigan siendo palabras, juraré sobre ellas si hace falta para que tengas claro que, pasen los años que pasen, yo seré la luz que aleje tus sombras, el brazo tendido cuando necesites un punto de apoyo, el lugar donde refugiarte cuando tu mundo se vuelva tempestad y creas que no tienes a dónde ir.

Lo haré, y lo haré bien por una vez en mi vida. He aprendido de ti, me has enseñado y yo, cómo no, prometo corresponder siempre a esta amistad que me has regalado, que me has hecho vivir desde el día mismo en que te conocí.

Gracias por tanto y perdona el desorden, el revuelo que siempre genero cuando amanece el día con uno de mis líos, mis problemas, y tú, paciente como solo tú sabes, te limitas a sentarte y escuchar, sea el día que sea, tuvieras los planes que tuvieras.

Así que, simplemente, gracias.

 

 


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