Hogar eres tú

Muchas veces me he parado a pensar dónde estaría de no ser por ti, en qué lugar me hallaría la vida, a qué llamaría hogar.

Hoy sé que hogar son tus labios, el beso en el que me refugio del mundo, tus brazos en mi espalda o la curvatura de tu sonrisa cuando me miras, con esa cara de niña traviesa antes de juntar de nuevo nuestras ansias en uno de esos besos que no se acaba jamás.

Hogar es tu pecho, el lugar en el que has guardado mi corazón, junto al tuyo, para protegerlo de tanto mal, de tanto golpe que antes de ti amenazó siempre con terminar por romperlo, por hacer pedazos corazón e ilusión, incluso las ganas mismas de seguir viviendo para sufrir, de seguir levantándome después de cada caída.

Ahí está bien, protegido al fin por alguien que sabe qué hacer con él, cómo cuidarlo.

Hogar eres tú, así sin más. Tú eres el único lugar en este mundo dónde yo estoy a gusto, dónde puedo ser yo mismo y entregarme únicamente a amar, a ser amado al fin por alguien que sabe lo que esa palabra significa.

Te encontré cuando menos te buscaba y tú convertiste tu vida en hogar de forma que siempre, siempre, sepa dónde refugiarme cuando el mundo apriete, cuando todo se vuelva gris y necesite el abrigo de tu abrazo.

Gracias por tanto y lo siento por el barro que mis botas dejen en la entrada, por el frío que mis huesos traigan o por los resquicios de anochecer que a veces leas en mis ojos, cuando el día termina y los miedos me asaltan el alma.

Perdona el desorden, disculpa las formas. A veces tropiezo y rompo algo. Pero, lo prometo, algún día aprenderé, memorizaré dónde está todo en ti y así, torpe o no, conseguiré no romper, no ensuciar, no tropezar de nuevo.

 

 


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