Te soñé una noche tardía, en el amanecer de mis amoríos, cuando solamente pensaba en encontrar aquella persona que mereciera todo cuanto llevo dentro. Te soñé y desperté del sueño bañado en sudores fríos, temeroso de no encontrar jamás el amor que hoy duerme conmigo.
Te soñé un día, sí, y ahora resulta que vivo el sueño. Caminas a mi lado, besas mis miedos y velas mis noches. Sonríes cuando tropiezo justo antes de tender la mano de nuevo, antes de preocuparte, antes de romper los moldes de lo que hasta hoy creía bueno.
Llegaste tú y comprendí que todo todo lo que había vivido no eran más que mentiras, amores que no llegaban a ser amores, felicidad fatua que volaba de mis manos en cuanto soplaba una leve brisa, humedeciendo mis ojos con lágrimas que, por aquel entonces, no entendía.
Pero ahora entiendo.
Ahora comprendo que lo que mis ojos lloraban era la espera. El camino que tuve que recorrer hasta llegar a ti. Lloraban lágrimas de frustración porque en el fondo sabían que todo aquello no era sino una ínfima parte de lo que un día me darías tú. Por eso, lloraban. Por eso, ansiaban tu llegada y me avisaban así de que aquello no era lo que yo merecía.
Sé que vivo un sueño. A veces me pellizco con miedo a despertar, a perder en un momento tanto amor, tanta felicidad. Me pellizco y suspiro de alivio cuando mis ojos siguen perdidos en los tuyos, cuando tu mano en mi mano aprieta fuerte y el mundo sigue girando en torno a ti, a tu sonrisa, a tu mirada. Sonrío entonces y sé que no despertaré jamás, que no hay mañana para despertar más allá de tus brazos, que tu abrazo será siempre el único lugar en que perder las horas, robarle a la vida tiempo.
Te soñé y hoy te sueño. ¿La diferencia? Que antes corazón e ilusión dormían, esperando el momento en que llegaras a mi vida y así despertar para vivirte, para coger fuerte tu mano y ser feliz. Por una vez. Por siempre.
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