Hay que saber elegir aquellas miradas que traigan paz a nuestras guerras, que calmen las tormentas y alejen las nubes grises que a veces ensombrecen nuestras ganas de reír, de vivir, de creer de nuevo en un mañana diferente a lo ya sufrido.
Hay que poner siempre un pie delante del otro. Seguir avanzando, sin pausa, porque la vida pasa a tu alrededor mientras te lamentas por cualquier tontería y te olvidas de mirar al frente, meter otra marcha y dejar atrás todo aquello que te robe la sonrisa.
Hay que saber vivir con los errores del pasado, aprender de ellos y no dejar que pesen en nuestro presente, mucho menos en el futuro. La vida son cuatro días y no puedes permitirte perder ni un solo minuto lamentándote de lo que pudo haber sido.
Hay que saber aceptar lo ya vivido, por malo que haya sido y volver a ello solo como recuerdo, como un pasado que ya nunca más nos pueda alcanzar de nuevo.
Hay que ser feliz. No por los demás, sino por ti. Dejar a un lado las dudas y esforzarse por sonreír aunque duela, por avanzar aunque cueste.
Pon tiempo de por medio entre tú y esos recuerdos que tanto duelen. Es simple: hay que avanzar y no dejar nunca que el pasado tenga el control de tu felicidad.
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