Alguien que llegue y se quede. Que no se quiera ir a pesar de nada. Que te levante la falda como quien te llena las alas y te haga volar como nunca antes, como jamás nadie pudo ni podrá de nuevo.
Alguien que sane las heridas y pinte las cicatrices de colores, que invente historias de ríos caudalosos que desembocan en tu ombligo antes de besarlo, antes de erizar tu piel con cada nuevo roce de sus labios.
Alguien que luche, que lo dé todo y se vacíe cada día porque sepa que vales la pena, que apueste por ti incluso en sus peores días y junte todas tus dudas en una sola que lance lejos. Allí donde nadie alcanza, allí donde ni siquiera tú puedas ir a buscarlas de nuevo.
Que vuelva verano los inviernos porque nada te caliente más que su abrazo, cuando la vida truene y tú, con la cabeza en su pecho, cierres los ojos y escuches la fuerza de ese corazón suyo que late por ti.
Alguien que no tenga miedo de perder, que le sonría a la vida y te contagie a ti con ese toque de felicidad que antes te faltaba. Que, sin cambiarte, consiga sacar todo eso que llevas dentro, todo lo que nadie pudo tocar antes porque lo guardabas bajo llave en el ático del alma. Para que nadie lo rompiera, decías, para que nadie te dañara.
Pero ahí estarás, con la mano extendida y las ganas intactas porque, por una vez, te habrás atrevido al fin a ser tú. Y qué bonito será todo entonces porque ese alguien será capaz de quitarte los miedos cada vez que te mire, cada vez que te pierdas en su mirada y comprendas que tu corazón nunca había estado más seguro de lo que lo está en sus manos.
Alguien que te haga bailar, que te pise. Alguien que, sin ser perfecto, consiga hacer que cada día merezca un poquito más la pena. Así, con el tiempo, mirarás atrás con la tranquilidad de saber que arriesgaste, por una vez, y ganaste.
Leave a Reply