Sé que nos juramos mañana y luz, que la vida cambió de sentido al pasar por nuestro lado y abrió camino la ilusión. Besamos como nunca y subimos alto. Bailamos entre nubes y soñamos.
Tanta luz había entonces como negra es la noche interminable que ahora envuelve mi vida y me recuerda, maldita, que cuanto más alto es el amor, más dura es la caída.
Dijimos adiós como quien se deshace de un juguete viejo, cansados de hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes a lo ya vivido. No sé cómo no lo vimos venir. Todo cambió el día en que nos dimos cuenta de lo artificial de nuestra luz. Dejamos de volar alto y caímos. No hubo ecos que devolvieran nuestros gritos ni lluvia alguna que ocultara las lágrimas.
No. Solo estábamos tú y yo sosteniendo con manos temblorosas el adiós definitivo que ninguno se atrevía a pronunciar en voz alta hasta que se nos fue de las manos y rompió. Nos empujó fuerte, tan lejos el uno del otro como le fue posible.
Por eso ahora es de noche para mí. Porque la única luz que alumbraba mi vida se perdió en las alturas de lo que un día fuimos.
A veces, miro al cielo y la busco entre las estrellas, consciente de que, en esta noche eterna que me cubre, no habrá luna alguna para mí mientras cada rayo de luz que rompa las sombras me recuerde a ella.
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