Hace tiempo que no hablamos. De tanto mirar al futuro a veces me olvido incluso de ti, del pasado y el presente, de lo que nos trajo aquí y a este punto en el que estamos. Me olvido de ti incluso al mirarme en el espejo, cuando cruzamos miradas y mi cabeza se pone a buscar defectos, a contar los peros que otros puedan encontrar.
Me escudo siempre en la falta de tiempo, en que vivo ocupado y no tengo ni un solo momento para ti.
Miento. Siempre miento. Me sobra tiempo y lo que me falta es valor para mirarte a los ojos y decir en voz alta todas esas dudas que me asaltan cuando al fin te enfrento.
Te tengo miedo. Miedo de mirarte y que no me guste lo que veo, miedo de haberte fallado, de no haberme convertido en aquel que un día prometí. Por eso me cuesta tanto hablarte y siempre acabo mirando al futuro, lanzando promesas de cambio sin llegar nunca a conocerte del todo.
Verás, me he dado cuenta de que sin ti no hay yo que valga, que la vida está vacía y nada llena ese desencanto en el que te guardé. Por eso estoy aquí, para enfrentar mis miedos y demostrarme que, después de todo, ser tú es bastante bueno.
Tal vez mis miedos sean infundados, las dudas sean absurdas y no haya nada malo en ser como eres. Tal vez lo bonito esté en lo diferente y yo esté exagerando al esquivarte en cada espejo. Será que me olvido siempre de esa perfecta imperfección que asoma en tu mirada, cuando al fin te miro a los ojos y comprendo que, después de todo, hay mucho bueno en ti.
Ya es hora de mirar dentro, de conocerme un poquito mejor.
Querido yo, volvamos a empezar: un placer conocerte de nuevo.
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