Si solamente supieras lo bonita que te ves cuando sonríes, quizá lo harías un poco más. Que ya sé que no toda la culpa es tuya, todavía duelen los pasados en que intentaste sonreír a pesar de las heridas. Aún sientes dentro las burlas de todos aquellos que no supieron valorarte a tiempo, que prefirieron señalar defectos antes que virtudes y decidieron que para ser hermoso tenías que ser exactamente igual que el resto.
Que no hay nada bonito en lo diferente, que lo raro no merece su compañía, que lo único brilla demasiado. Creo que las estupideces de tal tamaño son proporcionales a su falta de empatía, a sus propios miedos, a sus propias dudas.
Porque nadie es perfecto, mucho menos cuando nos enfrentamos a un espejo cargado de las voces de todos los que nos rodean que nos gritan tan fuerte todo lo que está mal, que nunca conseguimos escuchar la nuestra propia.
Ese “quizá no soy tan horrible” que enmudece ante todas sus evidencias. Perdón, ante todas sus mentiras. Esas que se cuentan en voz alta para sentirse mejores que tú, con las que se llenan los bolsillos para evitar salir volando pues de tanto que se fijan en los demás, están vacíos.
Para qué quieres ser como todos esos que son copias del que tienen al lado, que ni siquiera recuerdan ya lo que era opinar libremente. Abraza tu forma de ser, de pensar, tu cuerpo. Abraza todo lo que te diferencie del resto. No permitas que sus risas, sus miedos, te arrastren a su juego. Necesitan de tus dudas para camuflar las suyas, de tu llanto, de tus complejos.
Necesitan señalarte con el dedo para no tener que enfrentarse a su propia realidad.
Que les den.
En serio.
No te mereces vivir sufriendo por lo que otros opinen de ti. Mucho menos, cuando son sus propias inseguridades las que hablan por ellos. Deja que todo resbale, que no te afecte. Mira al frente y nunca, jamás, vuelvas la vista atrás por miedo a quien eres. Sigue avanzando, luchando, como lo has hecho siempre.
Llegará un día, te lo prometo, en que sus voces no conseguirán volver a entrar en tu cabeza.
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