Ella baila desnuda frente al espejo, contemplando los defectos por los que tantos se fueron. Ella baila y sonríe, se ama tanto o más de lo que esperó que la amaran otros.
Disfruta de su vida y de su cuerpo, de sus heridas, sus cicatrices… disfruta del camino que la llevó a ser quien es.
Y no lo cambia por nada.
Ya no se juzga tan duramente. Ha aprendido que cuanto más feliz se vea en el espejo, menos fuerza tendrá la vida para volver a tirarla al suelo. Por eso, lucha. Por eso, baila. Porque no piensa dejar que nadie le vuelva a hacer pensar que no es suficiente, que otras son más guapas, que se ve mejor cuando está callada.
Hace tiempo que decidió dejar de sujetar a la leona que lleva dentro.
Prefiere verla libre, feliz, antes que atada en ese mar de dudas que nunca fueron suyas realmente. Eran de todos aquellos que tenían miedo de verla así, con tanta fuerza que, seguro, llegará más lejos que todos ellos.
Sin miedo de nadie, ni siquiera de los complejos que tantas veces le lanzaron desde lejos. Los abrazó y los hizo suyos. Pero eso se acabó.
Ella baila por sí misma y por todas las que aún no se atreven. Confía en que, al verla a ella así, entiendan el poder que hay dentro de todas las mujeres.
Y entonces, lucharán. Y ya no callarán ni dejarán de brillar tanto como se merecen.
Se mira en el espejo, una vez más, y sonríe. Mira sus curvas, sus cicatrices. Recuerda cada herida como si se la estuvieran haciendo en ese momento y no deja de bailar. Es libre y nunca olvida. Es fuerte y lo sabe. Es valiente y, por fin, está dispuesta a vivir sin preocuparse por nadie más que ella misma y los pocos que se merezcan su valentía.
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