Apenas he cambiado desde que te marchaste, sigo siendo el mismo que fui y que probablemente seré siempre. Para qué molestarme en ocultar que estoy bien o que estoy mal si tú fuiste, sí, pero ya no eres ni serás.
Al menos no para mí, porque gasté toda la fuerza que tenía en levantar el peso de una relación caída hacía tiempo. Muerta en vida, o moribunda de nacimiento, llámalo como quieras. Pero lo cierto es que me quedé solo en esto antes de empezar. Supongo que coincidimos en el momento perfecto: yo buscando amar, y tú tratando de alejar los fantasmas de la soledad.
Ahora ya no estás, solo queda el eco de los destellos de felicidad que pudimos compartir, aquellos que me hicieron tratar de salvar un amor que hacía aguas y del que escapaste tan pronto como te fue posible, llevándote contigo el único salvavidas que quedaba y obligándome a nadar en este mar de sentimientos encontrados que aún hoy llevan tu nombre.
A veces deseo volver al día que te conocí y susurrar en mi propio oído lo que hubo de pasar detrás de ese momento, primero en nuestra historia, y seguramente último sincero. Pero luego me doy cuenta de que si no te hubiese vivido seguramente te acabaría viviendo, porque amor como el tuyo hace falta sufrirlo para seguir aprendiendo.
Por querer volar contigo aprendí a caer, y al tocar fondo comprendí que gracias a ti hoy sé lo que no quiero.
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